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90 GRADOS DE LATITUD SUR

Experimentar la brutal geografía antártica en todo su esplendor sólo es posible cuando te llevan de la mano. El viaje a las bases de investigaciones de Estados Unidos en la Barrera de Hielo Ross y en el Polo Sur Geográfico ha sido uno de los más memorables de mi vida, y uno que espero repetir.  Semejante odisea fue posible gracias al programa de viajes para periodistas establecido por la U.S. National Science Foundation. La visita, que tenía el objetivo de reportar acerca de la ciencia que se lleva a cabo en el Continente Blanco, requirió de una logística monumental que comenzó a desplegarse más de un año antes del viaje. Agradezco a Peter West, de NSF, no sólo por acompañarme hasta el fondo del mundo, sino por hacerlo con una sonrisa. A Jerry Marty, quien es el verdadero alcalde del Polo Sur, por compartir su fabulosa experiencia de cuatro décadas. Y a mi socio, el director de documentales Mauricio Eduardo Quintero, por atreverse a seguirme hasta las Antípodas siempre con una cámara al hombro, gracias a la cual puedes ver las imágenes de video que acompañan a este libro.

 

El ecólogo Ross Virgnia me enseñó a ver la mágica selva en miniatura que existe en un puñado de tierra. Y el experto en pingüinos David Ainley me demostró por qué lleva décadas enamorado de estas personitas del mundo antártico, y no se cansa de acampar a su lado cada verano.

Las comunidades polares son tan unidas y tan pequeñas en un medio tan hostil, que prácticamente cada persona juega un papel crucial en el bienestar y seguridad de todas las demás. Desde los pilotos de helicóptero hasta los guías de montaña, los cocineros, los operadores de radio y los expertos en electrónica, ellos son la base de la pirámide que hace posible el trabajo científico en Antártica.

A.P.S.

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