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UN ENEMIGO INVISIBLE

Uno pensaría que escribir una novela es una cosa solitaria: el autor con su cabeza y su teclado. Pero en mi caso, no es cierto. Para mí, esto es un trabajo en equipo. Un equipo donde mucha gente colabora en mayor o menor medida. Toma por ejemplo a mi editora, Verónica Londoño, y mi corrector de estilo, Gustavo Patiño, del Grupo Planeta en Colombia. Ellos me sirven de guía en muchísimas de cosas: desde cómo se verá el producto final, hasta qué tipo de arte es el más apropiado, y cómo se lee mejor. Efectivamente, Gustavo tiene ojos de lince a la hora de detectar inconsistencias y errores. ¡Y ya te imaginarás cómo hay que releer en un texto tan largo como un libro!

 

Aparte de eso, le debo agradecer el flamante nombre del virus de Canzanboria a mi gran amigo Juan Carlos Pérez, un loco y creativo escritor que nunca deja de sorprenderme con su agudeza mental. También le doy las gracias a Juan Carlos por haberme prestado el libro del lenguaje para sordos, que me enseñó a hablar como lo hacen Koga y Kemba. Porque debes saber que realmente existe una gorila que habla por señas. Se llama Koko y tiene 43 años. Vive en California, y trabaja con la Gorilla Foundation.

 

Koko adoptó a un gatito, y realmente escogió a su novio al verlo en un video. Al igual que Koga, Koko habla unas mil palabras en idioma para sordos, ¡aunque se dice que entiende dos mil en inglés!

Haz de saber igualmente que en el Zoo de Barcelona existió un raro gorila blanco. Se llamaba Copito de Nieve, y el personaje de Zeru está inspirado en él. Copito murió hace años ya, pues los raros gorilas albinos desafortunadamente no viven tan largo tiempo como sus primos normales. Pero sigue siendo amado y recordado como uno de los animales más gentiles y dulces del zoo. Y hablando de zoológicos, les agradezco en particular a dos de ellos: el de Cali, en Colombia, que está clasificado como el mejor zoo de Suramérica. Allí, la directora de los veterinarios, Juliana Peña, me dejó seguir a los médicos, entrenadores y cuidadores del zoo durante días enteros, para aprender cómo funciona uno de estos parques. Y en el de Miami, Ron Magill, el simpático director de comunicaciones, me dio el regalo de poder pasar un tiempo con King George, el magnífico guepardo embajador que él mismo trajo de África hace años. Es verdad que King George se restriega contra tus piernas ¡y que ronronea como un coche de carreras!

 

Finalmente, agradezco a los Centers for Disease Control (cdc), en Atlanta, Georgia, Estados Unidos. Es allí donde existe el verdadero Laboratorio de Bioseguridad Nivel 4 —al cual no dejan entrar a nadie—. Y sin embargo, me permitieron pasar al vestier, enfundarme en el traje espacial y entrar en la ducha descontaminadora, para entender lo que sienten los investigadores que diariamente trabajan allí metidos. Debo decir que son increíblemente valientes.

 

Igual que el Dr. C. J. Peters, el verdadero “cazador de virus” del Ejército estadounidense, ya retirado. El Dr. Peters es el Dr. Jones de la novela. Es cierto que su auto tenía una cruz en el techo para  identificarlo. Y es cierto que duró años enfrentándose a los virus más mortales de nuestro planeta, en países en guerra o en lugares aislados de todo. Gracias a virólogos como él hemos podido hasta ahora sobrevivir a este enemigo invisible, el verdadero dueño y heredero de la Tierra.

A.P.S.

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